9º Paso: Estudiar

La naturaleza y la Biblia hablan

Son muchas las maneras en que Dios procura dársenos a conocer y ponernos en comunión con El. La naturaleza habla sin cesar a nuestros sentidos. El corazón que esté preparado quedará impresionado por el amor y la gloria de Dios según los revelan las obras de sus manos. El oído atento puede escuchar y entender las comunicaciones de Dios por las cosas de la naturaleza. Los verdes campos, los elevados árboles, los capullos y las flores, la nubecilla que pasa, la lluvia que cae, el arroyo que murmura, las glorias de los cielos, hablan a nuestro corazón y nos invitan a conocer a Aquel que lo hizo todo.

Nuestro Salvador entrelazo sus preciosas lecciones con las cosas de la naturaleza. Los árboles, los pájaros, las flores de los valles, las colinas, los lagos y los hermosos cielos, así como los incidentes y las circunstancias de la vida diaria, fueron todos ligados a las palabras de verdad, para que así sus lecciones fuesen traídas a menudo a la memoria, aun en medio de los cuidados de la vida de trabajo del hombre.

Dios quiere que sus hijos aprecien sus obras y se deleiten en la sencilla y tranquila hermosura con que Él adornó nuestra morada terrenal. Él es amante de lo bello, y sobre todo ama la belleza del carácter, que es más atractiva que todo lo externo, y quiere que cultivemos la pureza y la sencillez, gracias características de las flores.

Si tan solo queremos escuchar, las obras que Dios creó nos enseñarán preciosas lecciones de obediencia y confianza. Desde las estrellas que en su carrera sin huella por el espacio siguen de siglo en siglo los derroteros que les asigno, hasta el átomo más diminuto, las cosas de la naturaleza obedecen a la voluntad del Creador. Y Dios cuida y sostiene todo lo que creó. El que sustenta los innumerables mundos diseminados por la inmensidad, también tiene cuidado del gorrioncillo que entona sin temor su humilde canto. Cuando los hombres van a su trabajo, o están orando; cuando se acuestan por la noche o se levantan por la mañana; cuando el rico se sacia en el palacio, o cuando el pobre reúne a sus hijos alrededor de su escasa mesa, el Padre celestial vigila tiernamente a todos. No se derraman lágrimas sin que Él lo note. No hay sonrisa que para Él pase inadvertida.

El poeta y el naturalista tienen muchas cosas que decir acerca de la naturaleza, pero es el creyente quien más goza de la belleza de la tierra, porque reconoce la obra de las manos de su Padre y percibe su amor, en la flor, el arbusto y el árbol. Nadie que no los mire como una expresión del amor de Dios al hombre puede apreciar plenamente la significación de la colina, del valle, del no y del mar.

Dios nos habla mediante sus obras providenciales y la influencia de su Espíritu Santo en el corazón. En nuestras circunstancias y ambiente, en los cambios que suceden diariamente en torno nuestro podemos encontrar preciosas lecciones, si tan solo nuestros corazones están abiertos para recibirlas. El salmista, rastreando la obra de la Providencia divina, dice: «La tierra está llena de la misericordia de Jehová.» (Salmos 33:5). «¡Quien sea sabio, observe estas cosas; y consideren todos la misericordia de Jehová!» (Salmos 107:43).

Dios nos habla también en su Palabra. En ella tenemos, en líneas más claras, la revelación de su carácter, de su trato con los hombres y de la gran obra de la redención. En ella se nos presenta la historia de los patriarcas, profetas y otros hombres santos de la antigüedad.

Ellos estaban sujetos «a las mismas debilidades que nosotros.» (Santiago 5:17). Vemos como lucharon entre descorazonamientos como los nuestros, como cayeron bajo tentaciones como hemos caído nosotros y sin embargo cobraron nuevo valor y vencieron por la gracia de Dios, y recordándolos, nos animamos en nuestra lucha por la justicia. Al leer el relato de los preciosos sucesos que se les permitió experimental la luz, el amor y la bendición que les toco gozar y la obra que hicieron por la gracia a ellos dada, el espíritu que los inspiro enciende en nosotros un fuego de santo celo, un deseo de ser como ellos en carácter y de andar con Dios como ellos.

El Señor Jesús dijo de las Escrituras del Antiguo Testamento, y cuanto más cierto es esto acerca del Nuevo: «Ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39), el Redentor, Aquel en quien se concentran vuestras esperanzas de la vida eterna. Si, la Biblia entera nos habla de Cristo. Desde el primer relato de la creación, de la cual se dice: «Sin Él nada de lo que es hecho, fue hecho,» (Juan 1:3) hasta la última promesa: «¡He aquí, yo vengo presto!» (Apocalipsis 22:12) leemos acerca de sus obras y escuchamos su voz. Si deseas conocer al Salvador, estudiad las Santas Escrituras.

Llena tu corazón con las palabras de Dios. Son el agua viva que apaga tu sed. Son el pan vivo que descendió del cielo. Jesús declara: «A menos que comáis la carne del Hijo del hombre, y bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros.» Y al explicarse, dice: «Las palabras que yo os he hablado espíritu y vida son.» (Juan 6:53, 63). Nuestros cuerpos viven de lo que comemos y bebemos; y lo que sucede en la vida natural sucede en la espiritual: lo que meditamos es lo que da tono y vigor a nuestra naturaleza espiritual.

La Biblia no fue escrita solamente para el hombre erudito; al contrario, fue destinada a la gente común. Las grandes verdades necesarias para la salvación están presentadas con tanta claridad como la luz del mediodía; y nadie equivocará o perderá el camino, salvo los que sigan su juicio privado en vez de la voluntad divina tan claramente revelada.

No hay ninguna cosa mejor para fortalecer la inteligencia que el estudio de las Santas Escrituras. Ningún otro libro es tan potente para elevar los pensamientos, para dar vigor a las facultades, como las grandes y ennoblecedoras verdades de la Biblia. Si se estudiara la Palabra de Dios como se debe, los hombres tendrían una grandeza de espíritu, una nobleza de carácter y una firmeza de propósito que raramente pueden verse en estos tiempos.

No podemos obtener sabiduría sin una atención verdadera y un estudio con oración. Algunas porciones de la Santa Escritura son en verdad demasiado claras para que se puedan entender mal; pero hay otras cuyo significado no es superficial, y no se discierne a primera vista. Se debe comparar pasaje con pasaje. Debe haber un escudriñamiento cuidadoso y una reflexión acompañada de oración. Y tal estudio será abundantemente recompensado. Como el minero descubre vetas de precioso metal ocultas debajo de la superficie de la tierra, así también el que con perseverancia escudriña la Palabra de Dios en busca de sus tesoros escondidos encontrará verdades del mayor valor ocultas de la vista del investigador descuidado. Las palabras de la inspiración, meditadas en el alma, serán como ríos de agua que manan de la fuente de la vida.

Nunca se deben estudiar las Sagradas Escrituras sin oración. Antes de abrir sus páginas debemos pedir la iluminación del Espíritu Santo, y esta nos será dada.

El Espíritu Santo exalta y glorifica al Salvador. Está encargado de presentar a Cristo, la pureza de su justicia y la gran salvación que obtenemos por Él. El Señor Jesús dijo: El Espíritu «tomará de lo mío, y os lo anunciará.» (Juan 16:14). El Espíritu de verdad es el único maestro eficaz de la verdad divina. ¡Cuánto no estimará Dios a la raza humana, siendo que dio a su Hijo para que muriese por ella, y manda su Espíritu para que sea de continuo el maestro y guía del hombre!

Adaptación del libro «El camino a Cristo» by Elena G. de White (1827-1915), 1993

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