5º Paso: Fe viva

Confía en Dios

Ahora ansías ser perdonado, limpiado y libertado. ¿Qué puedes hacer para obtener la armonía con Dios y asemejarte a Él?

Lo que necesitas es paz, tener en el alma el perdón, la paz y el amor del Cielo. No se los puede comprar con dinero; la inteligencia y la sabiduría no pueden alcanzarlos ni puedes esperar conseguirlos por tu propio esfuerzo. Pero Dios te los ofrece como un don, «sin dinero y sin precio.» (Isaías 55:1). Son tuyos, con tal que extiendas la mano para tomarlos. El Señor dice: «¡Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque fuesen rojos como el carmesí, como lana quedarán!». (Isaías 1:18). «También os daré un nuevo corazón, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros.» (Ezequiel 36:26).

Confesaste tus pecados y en tu corazón los desechaste. Resolviste entregarte a Dios. Ve pues a Él, y pídele que te limpie de tus pecados, y te dé un corazón nuevo. Cree que lo hará porque lo ha prometido. Esta es la lección que el Señor Jesús enseñó mientras estuvo en la tierra. Debemos creer que recibimos el don que Dios nos promete, y lo poseemos. El Señor Jesús sanaba a los enfermos cuando tenían fe en su poder; les ayudaba con las cosas que podían ver; así les inspiraba confianza en Él tocante a las cosas que no podían ver y los inducía a creer en su poder de perdonar los pecados. Esto se ve claramente en el caso del paralítico: «Mas para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados (dijo entonces al paralítico): ¡Levántate, toma tu cama y vete a tu casa!» (Mateo 9:6).

Tú también eres pecador. No puedes expiar tus pecados pasados, no puedes cambiar tu corazón y hacerte santo. Mas Dios promete hacer todo esto por ti mediante Cristo. Crees en esa promesa. Confiesas tus pecados y te entregas a Dios. Quieres servirle. Tan ciertamente como haces esto, Dios cumplirá su palabra contigo. Si crees la promesa, si crees que estás perdonado y limpiado, Dios suple el hecho; estás sano, tal como Cristo dio potencia al paralítico para andar cuando el hombre creyó que había sido sanado. Así es si lo crees.

No aguardes hasta sentir que estas sano. Di: «Lo creo; así es, no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido.«

Dice el Señor Jesús: «Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis.» (Marcos 11:24). Una condición acompaña esta promesa: que pidamos conforme a la voluntad de Dios. Pero es la voluntad de Dios limpiarnos del pecado, hacernos hijos suyos y habilitarnos para vivir una vida santa. De modo que podemos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las recibimos y agradecerle por haberlas recibido. Es nuestro privilegio ir a Jesús para que nos limpie, y subsistir delante de la ley sin confusión ni remordimiento.

Ahora bien, ya que te has consagrado al Señor Jesús, no vuelvas atrás, no te separes de Él, repite todos los días: «Soy de Cristo; le pertenezco«; pídele que te dé su Espíritu y que te guarde por su gracia. Así como consagrándote a Dios y creyendo en Él llegaste a ser su hijo, así también debes vivir en El. Dice el apóstol: «De la manera, pues, que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él.» (Colosenses 2:6).

Muchos no creen que el Señor Jesús los perdone personal e individualmente. No creen al pie de la letra lo que Dios dice. Es privilegio de todos los que llenan las condiciones saber por sí mismos que el perdón de todo pecado es gratuito. Aleja la sospecha de que las promesas de Dios no son para ti. Son para todo pecador arrepentido. Nadie es tan pecador que no pueda hallar fuerza, pureza y justicia en Jesús, quien murió por todos. Él está aguardando para quitarles sus vestiduras manchadas y contaminadas de pecado y ponerles los mantos blancos de la justicia; les ordena vivir, y no morir.

«He borrado, como nublado, tus transgresiones, y como una nube, tus pecados.» (Isaías 44:22).

Satanás esta pronto para quitarnos la bendita seguridad que Dios nos da. Desea privar al alma de toda vislumbre de esperanza y de todo rayo de luz; pero no debemos permitírselo. No prestemos oído al tentador, antes digámosle: «Jesús murió para que yo viva. Me ama y no quiere que perezca. Tengo un Padre celestial muy compasivo; y aunque he abusado de su amor, aunque he disipado las bendiciones que me había dado, me levantaré, iré a mi Padre y le diré: ¡Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: haz que yo sea como uno de tus jornaleros!» En la parábola vemos cómo será recibido el extraviado: «Y estando todavía lejos, le vio su padre; y conmoviéronsele las entrañas; y corrió, y le echo los brazos al cuello, y le beso.» (Lucas 15:18-20).

El Señor declara por su profeta: «Con amor eterno te he amado, por tanto, te he extendido mi misericordia.» (Jeremías 31:3).

Teniendo tan preciosas promesas bíblicas delante de vosotros, ¿puedes dar lugar a la duda? ¡Desecha tales pensamientos! Nada te puede perjudicar más que tener tal concepto del Padre celestial. Él aborrece el pecado, pero ama al pecador, pues se dio en la persona de Cristo para que todos los que quieran puedan ser salvos y gozar de eterna bienaventuranza en el reino de gloria. Declara: «¿Se olvidará acaso la mujer de su niño mamante, de modo que no tenga compasión del hijo de sus entrañas? ¡Aun las tales le pueden olvidar; mas no me olvidaré yo de ti!» (Isaías 49:15).

El Señor Jesús vive para interceder por nosotros. Agradécele a Dios por el don de su Hijo amado, y pídele que no haya muerto en vano por vosotros. Su Espíritu te está invitando hoy. Llégate a Jesús con todo tu corazón y demanda sus bendiciones.

Cuando leas las promesas, recuerda que son la expresión de un amor y una piedad inefables. El gran Corazón de amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. «En quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de nuestros pecados.» (Efesios 1:7). Sí, creed tan solo que Dios es tu ayudador. Él quiere restaurar su imagen moral en el hombre. Acércatele expresándole tu confesión y arrepentimiento, y Él se acercará a ti con misericordia y perdón.

Adaptación del libro «El camino a Cristo» by Elena G. de White (1827-1915), 1993

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