1ᵉʳ Paso: Es necesario

… y urgente

El hombre estaba dotado originalmente de facultades nobles y de un entendimiento bien equilibrado. Era perfecto y estaba en armonía con Dios. Sus pensamientos eran puros, sus designios santos. Pero por la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo reemplazo el amor. Su naturaleza quedo tan debilitada por la transgresión que ya no pudo, por su propia fuerza, resistir el poder del mal. Fue hecho cautivo por Satanás, y hubiera permanecido así para siempre si Dios no hubiese intervenido de una manera especial. El tentador quería desbaratar el propósito que Dios había tenido cuando creo al hombre. Así llenaría la tierra de sufrimiento y desolación y luego señalaría todo ese mal como resultado de la obra de Dios al crear al hombre.

El pecador no podría ser feliz en la presencia de Dios; le desagradaría la compañía de los seres santos. Y si se le pudiese admitir en el cielo, no hallaría placer allí. El espíritu de amor abnegado que reina allí, donde todo corazón corresponde al Corazón del amor infinito, no haría vibrar en su alma cuerda alguna de simpatía. Sus pensamientos, sus intereses y móviles serán distintos de los que mueven a los moradores celestiales… Este sería para él un lugar de tortura… La gloria de Dios sería para ellos un fuego consumidor. Desearían ser destruidos a fin de ocultarse del rostro de Aquel que murió para salvarlos.

Es imposible que escapemos por nosotros mismos del hoyo de pecado en el que estamos sumidos. Nuestro corazón es malo, y no lo podemos cambiar. «¿Quién podrá sacar cosa limpia de inmunda? Ninguno.» (Job 14:4). «El ánimo carnal es enemistad contra Dios; pues no está sujeto a la ley de Dios, ni a la verdad lo puede estar.» (Romanos 8:7). La educación, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano, todos tienen su propia esfera, pero no tienen poder para salvarnos. Pueden producir una corrección externa de la conducta, pero no pueden cambiar el corazón; no pueden purificar las fuentes de la vida. Debe haber un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo alto, antes que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Únicamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraer esta a Dios, a la santidad.

El Salvador dijo: «A menos que el hombre naciere de nuevo,» a menos que reciba un corazón nuevo, nuevos deseos, designios y móviles que lo guíen a una nueva vida, «no puede ver el reino de Dios.» (Juan 3:34). La idea de que lo único necesario es que se desarrolle lo bueno que existe en el hombre por naturaleza, es un engaño fatal.

Para todos ellos hay una sola contestación: «¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!» (Juan 1:29).

En su conversación con Natanael Cristo dijo: «Veréis abierto el cielo, y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.» (Juan 1:51). Al caer en pecado, el hombre se enajenó de Dios; la tierra quedo separada del cielo… Sin embargo, mediante el Señor Jesucristo, el mundo fue nuevamente unido al cielo. Con sus propios méritos, Cristo creó un puente sobre el abismo que el pecado había abierto… Cristo une con la Fuente del poder infinito al hombre caído, débil y desamparado.

Contempla el sacrificio asombroso que fue hecho para tu beneficio. Procura apreciar el trabajo y la energía que el Cielo consagra a rescatar al perdido y hacerlo volver a la casa de su Padre.

¿Acaso los grandiosos galardones por el bien hacer, el disfrute del cielo, la compañía de los ángeles, la comunión y el amor de Dios y de su Hijo, la elevación y el acrecentamiento de todas nuestras facultades por las edades eternas no son incentivos y estímulos poderosos que nos instan a dedicar a nuestro Creador y Salvador el amante servicio de nuestro corazón?

¿No apreciaremos la misericordia de Dios? ¿Qué más podía Él hacer? Entremos en perfecta relación con Aquel que nos amó con amor asombroso. Aprovechemos los medios que nos han sido provistos para que seamos transformados conforme a su semejanza y restituidos a la comunión de los ángeles ministradores, a la armonía y comunión del Padre y del Hijo.

Para ti el cambio de rumbo y la salvación deben convertirse en una urgente necesidad.

Adaptación del libro “El camino a Cristo” by Elena G. de White (1827-1915), 1993

Da el Segundo Paso en El Camino a Cristo